
Se tornaba una tarde de tormenta sobre la hora de la corrida, aunque la tormenta le cayó a Morante por su falta de ganas y su no toreo.
Pero cuando llegaba la hora de «Atrevido» ni el sol se lo quiso perder e hizo presencia sobre la negra arena del ruedo de Vista Alegre, como si el astro se olía la obra que iba a crear Diego Urdiales, junto a la curiosa pintura y buenas hechuras del burel de Alcurrucén. Despertó este tras los puyazos y se le cuidó muy bien con una excelente lidia en banderillas. Ovación atronadora en el brindis del arnedano al público vasco, y de repente silencio, ese silencio de cuando van a pasar cosas grandes, y así fue, le encontró, le entendió y le tocó Urdiales todas las teclas al burel y tapándole sus defectos.
Muletazos templados e interminables de Diego, por la derecha y por la izquierda, parando tiempo, lección de colocación y series de trincherazos, dignos de ser plasmados en un cartel. Bailaban agarrados toro y torero bajo los sentidos olés que cantaba el tendido. Estocada entera, vuelta al ruedo para «Atrevido» y de nuevo como el año pasado, dos orejas y puerta grande por segundo año consecutivo del riojano.
Poco más tuvo el encierro de Alcurrucén, un Ginés Marín valiente y voluntarioso con un lote peligroso, bronca de nuevo para Morante, y un manso para Diego era el segundo de su lote, al que no hubo nada que hacer. Diego y Bilbao, el toreo, así a secas, en su máximo esplendor.